Las ciudades son los corazones de las sociedades actuales. A través de la historia, su principal papel ha sido moldear el progreso de nuestras civilizaciones. Como contenedores de recursos originalmente, tal y como siempre las han definido muchos economistas a través de la historia. Pero con el avance de la tecnología, comunicaciones y movilidad, hoy son más bien contenedoras de servicios, a veces imperceptibles, pero innegablemente necesarios para la vida como la conocemos en la actualidad. Vivir en una ciudad, es en ocasiones una necesidad, otras más que nada un lujo, pero la realidad para todas las ciudades es que la habitabilidad debe coexistir con los servicios que en ella se ofrecen.
A medida que el crecimiento de las ciudades
extiende sus límites a sus conurbaciones, debido a la falta de espacio, nuevos
retos surgen que plantean complicaciones a los planificadores urbanos. La
movilidad siendo el principal factor a tomar en cuenta, debido al crecimiento
exponencial de la población y la incapacidad de los entes planificadores de
suplir las demandas de transito al ritmo apropiado. Sin embargo, a pesar de que
este es el elemento más tangible a los ciudadanos, existen una gran cantidad de
necesidades que cumplir que entran en conflicto.
En República Dominicana, por ejemplo, la Ley de
Compras y Contrataciones 340-06, establece parámetros que rigidizan los
procesos de adquisición de lotes para generar equipamiento urbano necesario
para cumplir adecuadamente estas demandas. Si bien no es un asunto imposible de
tratar, algunos elementos como los umbrales según su clasificación, la
necesidad de hacer un proceso participativo donde probablemente se desvirtué el
proyecto que se había pensado, ya que quien resulte adjudicatario podría no ser
el elegido inicialmente dentro de la planificación propuesta, son elementos que
ponen a prueba el ingenio y las capacidades técnicas de quienes participan del
diseño de las soluciones urbanas. Es comprensible que muchas personas se
escandalicen por declaraciones de este tipo, pues normalmente se estila
declarar, sin conocimiento de causa, que esta postura parte de la necesidad de
contrariar la transparencia en el Estado, pero por ejemplo desplazar
localización de un hospital a penas 1 kilometro, puede hacer la diferencia para
salvar la vida de un paciente en estado de emergencia.
Igualmente, si bien es un derecho ciudadano exigir
las mejores condiciones de vida para el entorno urbano que se habita, en
ocasiones no es reconocible para los mismos habitantes de un territorio, la
necesidad inminente de ciertos servicios evidentemente indispensables, inclusive
para su propia vida. Es común leer en medios escritos el descontento de uno que
otro colectivo social, por la decisión de las autoridades de declarar cierta
área de utilidad pública, o entender que la transformación urbana demanda a su vez repensar leyes, ordenanzas o
resoluciones que en su momento fueron pensadas para ciudades que han sufrido
una metamorfosis colosal y ya no son las mismas.
Y es que al mismo tiempo que lidiamos con el
crecimiento poblacional, la densidad edificatoria y el tráfico, la nueva
planificación urbana debe orientarse a la creación de ciudades económicamente sostenibles,
pero sobre todo resilientes ante la inminente verdad que es el cambio climático
y las pandemias a nivel mundial. Una de las tendencias más reconocibles en la
planificación urbana durante el 2020, fue la práctica de restringir el paso
vehicular en segmentos de la ciudad, como lo fue el caso de New York en Times
Square, o de las Super-manzanas en Barcelona. Pero como hemos planteado ya,
nada de esto fue fácil de lograr, y por supuesto existió en principio, una gran
resistencia de la ciudadanía. Es necesario paciencia y determinación política, para
aceptar que estas medidas toman tiempo y que también en la búsqueda de una
mejor ciudad, muchas medidas deben ser puestas a prueba, de lo contrario nos
negamos directamente al método científico y jamás podríamos saber que puede
funcionar o no para nuestras realidades particulares. Como ciudadanos, nos
quejamos de que el tráfico y la contaminación agobian nuestra calidad de vida
al mismo tiempo que nos oponemos a que una ciclo-vía pase frente a nuestras
viviendas porque nos parece un inconveniente y usamos excusas como decir que es
inviable para nuestro clima. ¿Pero qué otra forma tenemos de descubrir si es
una posible forma de aliviar nuestras infraestructuras vehiculares si no la
ponemos aprueba, con el espaldarazo de habitantes con el deseo de mejorar sus
propias condiciones de vida?
Este artículo no es un intento de explicar cómo se
planifican las ciudades, si alguien desea entender todos los matices detrás de
esta ardua tarea debe, al igual que todos los profesionales que hemos dedicado
nuestro ejercicio profesional a ello, pasar años estudiando y mantenerse
haciéndolo de forma sostenida durante el resto de su vida. Tampoco es una tesis
sobre lo que está mal o bien en nuestras ciudades, tampoco presenta la mágica
panacea que solucionara todos estos problemas. Es más bien un recordatorio de
que construir ciudad es una labor en la que todos podemos participar, en la
medida de lo posible; pero sobre todo es un llamado de atención a entender que
los sacrificios son parte de esta labor.
Nadie quiere tener cerca los estacionamientos, los
restaurantes o centros de entretenimiento, pero en algún lugar deben existir.
Nadie quiere las estaciones de combustible o fábricas, pero sin estos
equipamientos quizás la vida como la conocemos no fuera una realidad. Lo que
nos lleva a un último punto que debe ser razonado: “Nada verdaderamente bueno,
se consigue fácilmente”
La ciudad de Seúl, capital de Corea del Sur, es
reconocida a nivel mundial como una de las mejores ciudades para vivir, pero
fue sin dudas una tarea titánica que le ha tomado más de 50 años lograr,
resurgiendo de una guerra y sin recursos naturales para la exportación. Si bien
no todos los elementos de su modelo de prosperidad son dignos de emular, es el
entendimiento y consideración de sus habitantes del concepto de Bienestar Colectivo lo que les convierte
en una nación digna de admirar. Comprender que las necesidades de otros también
importan y que los planificadores urbanos o tomadores de decisiones que nos
representan, generalmente se enfrentan a nuestros problemas pensando en
impactar positivamente a la mayor cantidad de personas posibles, navegando un
mar de opiniones encontradas, aun si eso significa que algunos deban hacer
pequeños sacrificios por el privilegio de vivir en una ciudad; puede ayudarnos
a convertirnos también en una Ciudad digna de admiración.
por: Stephanie Gutierrez,
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